sábado, 6 de septiembre de 2014

Teatro 1949 Muertos sin sepultura Reseña

Para una mejor comprensión de este blog visite: Xavier Loyá



Xavier Loyá, Alberto Pedret, Carmen Herrera, Pablo Salinas y Raúl Cardona en una escena de “Muerteos sin Sepultura”.

El Teatro
“Muertos sin Sepultura”
Por CEFERINO R: AVECILLA
Estos melodramas de Juan Pablo Sartre, sobre tener el valor de todo lo sincero expresan, quizá por eso mismo, y desde luego, por su crueldad, el único teatro posible en este tiempo, es que la vida es más terriblemente dolorosa que una ficción encarnizada. Quizá “Los muertos sin sepultura” sean el mejor testimonio de ello. Cuanto allí se declara, ha ocurrido realmente y no hay ficción que lo aventaje en crueldad. Y como la vida tiene ahora expresiones melodramáticas que no ha tenido nunca, y a ella se atiene Sartre, he aquí por qué son melodramas lo que escribe. Es decir, historias en las que sólo cuentan los hechos y en los que de los hechos, no se deriva sino dolor y maldad y odio y sadismo, que es lo que ocurre cuando dominan al mundo los peores como en este mismo melodrama se comprende.
“Los muertos sin sepultura”, es la obra que significa y expresa la mayor resonancia en la notoriedad de Juan Pablo Sartre, Luego incurrió en un confusionismo que hubo de determinar el que una gran parte de su mismo público le volviera la espalda. Pero no obstante, amparan la permanencia de su nombre, el valor sustantivo de sus primeras obras, de entre las cuales es ésta de que aquí se trata, quizá la más representativa de su concepto del teatro actual. A su través, se advierte la desolación de Francia y aún la de Europa en todo su terrible dolor. A esta realidad increíble, corresponden las sequedades y las asperezas y el masoquismo de todos los horrores que se declaran a través de estos cuatro actos de una densidad abrumadora.
Ocurre en esta sazón, como está ocurriendo en las más de las realizaciones de los grupos mexicanos, que los modos de expresión de las obras que interpretan, importan más que la obra misma. No hay mejor indicio de que en efecto se trata de una renovación evidente del teatro. Lo mismo pasó en París en los tiempos del “Cartel”. Y como el tiempo no pasa en balde, ocurre –y tómese la evocación simplemente como pintoresca, que no es mi propósito que alcance a más- que cuando como ha ocurrido ahora, se traslada un grupo desde la estrechez del foro improvisado en una cátedra al del Teatro de Bellas Artes, para expandirse en el, no le ocurre al grupo lo que al del magnífico Charles Dullin, que se asfixió al cambiar las ampulosidades del foro del teatro Sarah Bernhardt, por el mínimo del Atelier.
Ahora ocurre lo contrario. La excelente dirección del profesor Enrique Ruelas, se desdobla y adquiere todo su valor y todas sus proporciones. Y los intérpretes se valorizan en vez de desvalorizarse. De entre ellos son de advertir, el señor Pedret, por su magnífica sobriedad, tan bien avenida con el tipo que representa y la señorita Carmen Herrera de la Fuente, que hace del suyo un ejemplo de identificación. Y sobre todo, el señor Alfonso de la Vega, del que sin hipérbole puede decirse que hace de la suya una interpretación admirable. Y admirable es asimismo el conjunto de ella en la que intervienen con los aludidos señores Salinas, Ancira, Cardona, Loyá, Palafox Kampfer, Núñez, Silveira y Mejía, cada uno de los cuales merece una mención especial. Y así lo hiciera yo con mayor espacio.